Ningún otro líder del Tercer Mundo generó tanta hostilidad de Estados Unidos, y por tanto tiempo.
LA HABANA (AP) — La revolución de Fidel Castro estaba muriendo lentamente… o eso parecía.
El comunismo se había derrumbado en Europa y la ayuda soviética para la isla fue cortada. La comida escaseaba. Los cortes de energía eléctrica silenciaban los televisores que normalmente sintonizaban una telenovela por las noches. Las fábricas se deterioraban en el calor tropical.
El título de un libro estadounidense parecía ser preciso: “La hora final de Castro”. Era 1992.
Sin embargo, la “hora final” de Castro se convirtió en semanas, meses y finalmente años. Incluso cuando China y Vietnam abrazaron el libre mercado, Castro se aferró a sus creencias socialistas y el supuesto dinosaurio del comunismo siguió gobernando por otra década y media. En el camino se convirtió en el padrino del resurgimiento de la izquierda en América Latina, guiando a una nueva generación de líderes: Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador.
Ningún otro líder del Tercer Mundo generó tanta hostilidad de Estados Unidos, y por tanto tiempo. Castro llevó al planeta al borde de la guerra nuclear en 1962, envió decenas de miles de tropas para ayudar a gobiernos izquierdistas en África y alentó movimientos guerrilleros que lucharon en Latinoamérica contra gobiernos respaldados por el gobierno estadounidense.
Soportó el embargo de Estados Unidos y sobrevivió a 10 presidentes estadounidenses que promovían un cambio de régimen en Cuba. Finalmente renunció 11 meses antes de que Barack Obama llegara a la Casa Blanca, pero no por presiones de ese país, sino por una grave enfermedad.
Por más que haya conservado su actitud desafiante, su poder comenzó a diluirse a mediados de 2006, cuando fue afectado por problemas gastrointestinales que casi le cuestan la vida. En aquel momento, cedió primero provisionalmente y luego de manera definitiva la jefatura de Estado a su hermano Raúl. Se jubiló definitivamente 19 meses después, cuando Raúl pasó a ser oficialmente el presidente de Cuba. En el 2011 dejó su último cargo público, el de jefe del Partido Comunista, el que también quedó en manos de Raúl.
Y el viernes finalmente murió.
Hasta el final, Castro fue una figura divisiva.
Para muchos fue un defensor de los pobres que junto con Ernesto “Che” Guevara convirtió una violenta revolución en un ideal romántico, un símbolo de liberación que derrocó a un dictador y trajo educación y salud a las masas. Para los exiliados que deseaban la muerte de Fidel, él personificaba un régimen represivo que encerró a opositores políticos, suprimió las libertades civiles y destruyó la economía de la isla.
Cientos de miles de cubanos comenzaron a huir al norte casi inmediatamente después de que la revolución de Castro comenzó a virar la Cuba capitalista hacia un estado socialista, lo cual desanimó a reformistas que pensaban que sólo buscaba sacar del poder a Fulgencio Batista y restaurar la democracia.
El éxodo transformó no solo a Cuba, sino también partes de Estados Unidos, sobre todo el sur de Florida, que se convirtió en el centro del sentimiento anticastrista. Conforme ganaron fuerza política, los exiliados cubanos se opusieron a suavizar el embargo contra la isla. Para aquellos a cuyas familias les confiscaron sus bienes, Castro no era más que un tirano.
Aunque fuera amado u odiado, no hubo duda que Castro jugó un papel fundamental en la escena mundial durante gran parte del siglo XX, siempre desde la isla, más pequeña que Pennsylvania, y que una vez fue visto como un lugar para ir a jugar y tomar el sol.
Los “barbudos”, como los rebeldes eran conocidos, marcharon triunfantes hacia La Habana días después de que Batista huyó el 1 de enero de 1959. Los Estados Unidos fueron de los primeros países en reconocer al nuevo gobierno. Sin embargo, la imagen de los insurgentes pronto se ensombreció cuando tribunales improvisados mandaron a funcionarios del antiguo régimen al pelotón de fusilamiento.
Castro se indignó por las críticas de Estados Unidos, que consideró injustas. Ese tono lo uso una y otra vez durante las siguientes décadas, convencido hasta el final de la justicia de su revolución.
El hombre que se convertiría en un símbolo global del comunismo fue el hijo de un capitalista.
Ángel Castro llegó desde la provincia española de Galicia para lugar contra la independencia cubana y se estableció en la nueva nación en 1902 como un trabajador sin tierra. Reclutó trabajadores para las compañías azucareras estadounidenses y luego compró una próspera plantación.
Décadas después, la plantación sería una de las primeras propiedades confiscadas por el gobierno de su hijo bajo un programa de reforma agraria.
Fidel Castro nació el 13 de agosto de 1926, hijo de Lina, la doncella, amante y a la postre segunda esposa de Ángel, el padre. Ambos tenían raíces en Galicia, España. Castro se crió en una vivienda de dos pisos, construida en madera. Asistió a una escuela que constaba de una sola aula, en una plantación, y aprendió a cazar. Alguna vez, atendió el bar en un establecimiento de la familia, junto a la carretera.
Más tarde, Castro relató que la vida entre los hijos descalzos de los campesinos pobres ayudó a formarle la conciencia social. De acuerdo con algunos relatos, discutía con su padre, al plantearle la inconformidad sobre el trato que recibían los trabajadores del campo.
Castro asistió a escuelas católicas en la ciudad oriental de Santiago y luego en La Habana, donde se le nombró el mejor deportista de su institución, por su habilidad para el basquetbol. Le encantaba también el béisbol, aunque es falsa la leyenda de que llegaron a echarle el ojo los cazatalentos de las Grandes Ligas.
Cuando estudiaba derecho en la Universidad de La Habana, Castro se sumergió en el ambiente de caos político que reinaba. Se unió a “grupos de acción”, formados por estudiantes, que solían involucrarse en actos violentos. Fue arrestado pero nunca acusado formalmente por el asesinato del líder de otro grupo en 1948.
Se unió a los intentos por derrocar al dictador dominicano Rafael Trujillo, y participó en las protestas realizadas en Colombia tras el asesinato de un candidato presidencial en esa nación.
Luego, se volvió abogado activista con ambiciones de ocupar un escaño en el Congreso de Cuba hasta que Batista organizó un golpe de Estado, el 10 de marzo de 1952, con lo que se imposibilitaron las elecciones previstas.
Fidel y Raúl Castro respondieron organizando un ataque casi suicida al cuartel Moncada en Santiago, el 26 de julio de 1953. Más de 60 de los 119 participantes en ese asalto murieron, la mayoría torturados después de su captura. Castro sobrevivió sólo gracias a que el soldado que lo apresó lo llevó a una estación policial y no a los cuarteles donde otros fueron muertos.
Castro fue encarcelado, pero ganó simpatías por la respuesta sangrienta de Batista al asalto.
Liberado mediante amnistía, huyó junto con Raúl a México, y comenzó a reclutar un pequeño ejército rebelde. Viajó también a la ciudad de Nueva York a fin de recaudar dinero para su causa. Entre quienes se le unieron en la Ciudad de México figuró Ernesto “Che” Guevara, un médico argentino que había atestiguado el derrocamiento de un presidente electo de Guatemala, mediante una operación encubierta por la CIA.
En 1956, Castro zarpó con 82 combatientes en el “Granma”, una endeble embarcación diseñada para dar cupo a una docena de personas, rumbo a Cuba. Las fuerzas de Batista fueron alertadas y avistaron el barco antes de que atracara. Salvo 12, los rebeldes fueron muertos o arrestados antes de que pudieran huir a la cercana Sierra Maestra.
Pero la guerra de guerrillas contra el régimen de Batista se volvió gradualmente imparable, y culminó el 8 de enero de 1959, con el ingreso de los rebeldes a La Habana, en medio de una muchedumbre jubilosa. Para las generaciones de jóvenes que atestiguaron ese momento, Castro se convirtió en un ícono histórico conocido simplemente como Fidel. Durante décadas, la izquierda en América Latina consideró a Castro prácticamente infalible.
Cientos de miles de personas acudieron a los discursos de Castro, escuchando durante horas su voz enérgica y persuasiva. En sus alocuciones, lo mismo repasaba la historia mundial que enumeraba estadísticas provinciales sobre la zafra, gastaba bromas sobre sus rivales y tronaba contra la injusticia del capitalismo. Su discurso de 269 minutos ante la Asamblea General de Naciones Unidas impuso un récord como el más largo, una marca que parece imposible de romper.
Poco después de la Revolución, Castro puso la mirada fuera de la isla.
“¡Cuánto necesitan América y los pueblos de nuestro hemisferio una revolución como la que ha tenido lugar en Cuba!”, destacó Castro días después de su triunfo.
“¡Cómo se necesita que los millonarios que se han enriquecido robando el dinero del pueblo pierdan todo lo que se han robado!”, añadió. “¡Cómo necesita América que sean fusilados los criminales de guerra de sus países!”.
La mayoría de los levantamientos inspirados por el gobierno cubano en el extranjero fracasó, incluido el intento de Guevara por llevar la revolución a Bolivia, donde fue capturado y muerto en 1967.
Pero los rebeldes ayudados por Cuba derrocaron al gobierno nicaragüense en 1979 y lucharon hasta la firma de tratados de paz en la década de 1990 en El Salvador y Guatemala.
Castro sigue siendo un héroe para muchos africanos, por enviar a más de 350.000 cubanos para que se unieran a la guerra civil en Angola contra una facción apoyada por Estados Unidos y por el gobierno segregacionista de Sudáfrica.
Incluso a una edad muy temprana, Castro parecía obsesionado con Estados Unidos, algo natural en una nación pobre, ubicada apenas a 150 kilómetros (90 millas) de la potencia económica. Estudió inglés en Santiago y practicó escribiendo una carta al presidente Franklin D. Roosevelt en 1940. La misiva se conserva actualmente en el Archivo Nacional de Estados Unidos.
“Presidente de Estados Unidos. Si usted quisiera, deme un billete verde de 10 dólares estadounidenses”, señala el texto, firmado por “Su amigo, Fidel Castro”.
La carta añade “si quiere hierro para producir sus barcos, le mostraré las mayores minas de hierro en la tierra, se encuentran en Mayarí, en oriente de Cuba”.
Quizás solo Castro supo cuándo abrazó al socialismo.
Cuando luchaba contra Batista, negó constantemente ser comunista, y muchos simpatizantes cubanos, periodistas extranjeros y compañeros de lucha le creyeron. En aquella época, Raúl era considerado el radical de la familia.
El gobierno estadounidense cortó la ayuda al régimen de Batista en sus últimos días. Pero ni siquiera los funcionarios estadounidenses más recelosos de cualquier influencia soviética estaban seguros de qué hacer con el líder rebelde.
Cuando Castro visitó Estados Unidos como nuevo presidente de Cuba en abril de 1959, denunció el comunismo, cortejó a la prensa, se reunió con el entonces vicepresidente Richard Nixon y pasó su mano por entre los barrotes para acariciar a un tigre en el zoo del Bronx.
En un memorándum de cuatro páginas al presidente Dwight D. Eisenhower, Nixon escribió que Castro era “o increíblemente ingenuo con respecto al comunismo o está bajo la disciplina comunista”. Pero también manifestó que el líder de 32 años mostró “esas cualidades indefinibles que hacen de él un líder. Pensemos lo que pensemos de él, va a ser un gran factor en el desarrollo de Cuba y muy posiblemente en el de los asuntos de Latinoamérica en general”.
Inicialmente muchas empresas estadounidenses querían trabajar con el gobierno revolucionario, incluyendo Coca-Cola, que publicó un anuncio en una revista celebrando “la resurrección de las libertades democráticas en nuestro país”.
La popular revista cubana Bohemia dio la bienvenida a Castro y aseguró a sus lectores que el mandatario nunca abrazaría el comunismo. Un año más tarde, el editor de Bohemia huía del país mientras el gobierno tomaba el control de todos los medios independientes y de gran parte de la economía y las organizaciones sociales.
El gobierno estadounidense, preocupado por el giro a la izquierda de Castro, comenzó a imponer restricciones económicas y a respaldar tramas para derrocarlo. Fue un momento muy tenso en la Guerra Fría y Washington temía que Castro hubiera desatado un virus político que podía infectar a otras naciones latinoamericanas.
“El Comandante” se acercó todavía más rápido a la órbita soviética. Fábricas e incluso tiendas de barrio se transformaron en empresas estatales. Las granjas se colectivizaron. Los que en su día eran sindicatos obreros independientes fueron absorbidos por el sistema del Partido Comunista. Se vetó la existencia de otros partidos. Cada vecindario tenía su “Comité de Defensa de la Revolución” para mantener a la población vigilada.
Muchos padres cubanos temían tanto la educación comunista que se separaron de sus hijos. Unos 14,000 niños fueron enviados a Estados Unidos con programa de la iglesia católica conocido como Operación Pedro Pan.
Cuando Fidel Castro visitó las Naciones Unidas en septiembre de 1960, las relaciones con Washington eran tan malas que su delegación tuvo problemas para encontrar un alojamiento adecuado. Terminó pernoctando en el decrépito Hotel Theresa de Harlem, donde se reunió con el líder soviético Nikita Krushov.
Los exiliados formaron guerrillas para intentar derrocar a Castro, y la CIA los reclutó, entrenó y organizó para la invasión de Bahía Cochinos en abril de 1961. Fue una debacle para Estados Unidos y un triunfo para Castro, quien se subió a un taque para dirigir parte de la defensa de la isla. Más de 1,200 soldados invasores fueron capturados, un centenar fue asesinado y la operación quedó anulada.
Ese fue el momento escogido por el combativo líder para declarar oficialmente a Cuba como un país socialista. Para final de año, había adoptado la burocracia y los libros de texto soviéticos. Abrió una guerra contra el rock and roll y envió a sacerdotes, homosexuales y a otras personas consideradas sospechosos a campos de trabajo.
Los funcionarios estadounidenses podían hacer poco al respecto. Las advertencias de Cuba al mundo sobre una invasión estadounidense resultaron ser ciertas — y las declaraciones de EE. UU. negando su implicación, mentiras.
Washington no volvió a arriesgarse con una operación militar de gran calibre para derrocar a Castro.
En su lugar, recurrió a endurecer sus sanciones para asfixiar a la economía cubana. El presidente John F. Kennedy instauró lo que se conoce como embargo estadounidense el 7 de febrero de 1962, ampliando restricciones ya existentes. La medida seguiría en vigor el resto de la vida de Castro.
Las autoridades estadounidenses también respaldaron de forma encubierta numerosos intentos para acabar con su némesis. Según las cuentas cubanas, Fidel fue objeto de más de 630 intentos de asesinato de exiliados cubanos o del gobierno estadunidense.
Mientras tanto, Castro afianzaba su relación con Moscú, aceptando recibir a miles de “asesores” militares soviéticos y silos con misiles nucleares, una decisión que llevó al mundo al borde de la destrucción. Cuando se supo de la presencia de los misiles, el gobierno de Kennedy ordenó el bloqueo de la isla y exigió su retirada a Moscú.
El enfrentamiento, conocido como Crisis de los Misiles de Cuba, terminó — ante las objeciones de Fidel — con la decisión soviética de retirar las ojivas.
Pese a su decepción por lo que consideró una debilidad y traición de Krushov, Castro guió a su país a un modelo socialista más soviético e intensificó su represión sobre la disidencia.
En 1964 reconoció que en la isla había 15,000 presos políticos. Este número se reduciría a unos cientos en sus últimos años en el poder, aunque activistas por los derechos humanos siguieron denunciando acoso y detenciones de opositores. Su hermano Raúl cerró un acuerdo con la iglesia católica en 2010 que supuso la liberación de docenas de intelectuales y comentaristas condenados siete años antes a largas penas de cárcel.
Fidel abrió las puertas de Cuba a fugitivos estadounidenses, desde el jefe de propaganda de Panteras Negras Eldridge Cleaver al financiero Robert Vesco, todos ellos, según dijo, estadounidenses perseguidos.
Bajo el comunismo, la isla se convirtió gradualmente en una especie de gran proveedor de educación, salud y comida subsidiada, que exigía lealtad.
Para los descontentos, no había lugar a donde ir sino al extranjero, dividiendo a muchas familias.
Incluso algunas de las hermanas de Castro, hijas y antiguas parejas dejaron la isla. También lo hizo su primera esposa, Mirta.
Cientos de miles arriesgaron sus vidas en embarcaciones improvisadas tratando de llegar a la Florida. Un número desconocido falleció en el intento en el estrecho de Florida.
Por lo general, Castro usó la emigración a su favor. En 1980 anunció que Cuba dejaría de impedir las salidas no autorizadas y más de 100,000 isleños aprovecharon el momento. Los Estados Unidos se vieron afectados por la repentina ola migratoria, mientras que Castro se deshizo de los disidentes potenciales, así como unos cuantos criminales, en lo que se conoció como el éxodo del Mariel.
Castro siguió una estrategia similar en 1994, cuando el país enfrentaba dificultades económicas, y dejó salir a cientos de miles de disidentes hacia Florida.
Cinco años después logró dividir a Estados Unidos de nuevo, cuando el niño Elián González llegó a las costas de Florida. Las tensiones entre el padre cubano y familiares en Miami se resolvieron cuando un equipo de asalto del gobierno de Estados Unidos se llevó al pequeño. El gobierno de Clinton dijo que sólo cumplía la ley después de que tribunales estadounidenses fallaron a favor del padre, sin embargo, los exiliados vieron el regreso de González a Cuba como una victoria de los Castro.
La ola de emigrantes en los primeros años de la revolución incluyeron a muchos doctores y profesionistas, lo cual fue una importante pérdida para una sociedad que había sido una de las más desarrolladas, aunque también desiguales, en América Latina.
La respuesta de Castro fue poner en el centro de las prioridades la capacitación de médicos, además de construir escuelas y formar ejércitos de maestros voluntarios para acabar con el analfabetismo.
En sus últimos años en el poder, Cuba tenía un excedente de doctores, y una necesidad de dinero, que se establecieron misiones médicas al extranjero para atender a los pobres en zonas remotas de Venezuela, Bolivia y Centroamérica a cambio de dinero y concesiones comerciales.
A lo largo de su gobierno, Castro fue la espina para Estados Unidos, indoblegable.
Fue así, incluso después de la desaparición de la Unión Soviética, que había sido guía de Cuba, su principal aliado y primer socio comercial. Por décadas, Cuba había seguido los lineamientos de Moscú en temas internacionales, hasta que se rebeló ante la apertura de Mijaíl Gorbachov en la década de 1980 conocida como “glasnost”.
Con el colapso de la Unión Soviética, el 85 % del comercio de Cuba desapareció junto con un estimado de 4,000 millones de subsidios anuales. La vivienda, la asistencia médica, la educación y el transporte se mantuvieron gratuitos, o casi, aunque hubo problemas con la comida y la vestimenta. La isla pasó por varios años de dificultades extremas que se conoció eufemísticamente como el “Periodo especial”.
Los moradores de los apartamentos comenzaron a criar cerdos y pollos en los inmuebles. La televisión estatal daba consejos sobre la forma de preparar un “filete” hecho con cáscara de toronja. Los agricultores reemplazaron los tractores por bueyes.
La disciplina social se fracturó también. Los atracos, otrora inexistentes, se convirtieron en un problema. Y los revolucionarios, orgullosos de haber eliminado la prostitución rampante en la década de 1950, hacían muecas de desagrado, mientras numerosas jóvenes con ceñidos pantaloncillos esperaban en las calles a que parara cerca de ahí un turista con dólares que pudiera pagarles una cena, ropa o un escape del aburrimiento.
Por la noche, numerosos jóvenes, hambrientos y vestidos con raídas camisetas permanecían inmóviles durante horas en el malecón de concreto de La Habana, mientras miraban fijamente la marea que llegaba y retrocedía hacia Miami.
Fue el momento más difícil de la Revolución de Castro. El líder respondió haciendo algo que, para alguien como él, era verdaderamente revolucionario: ceder.
Permitió que germinaran algunas semillas de una economía de libre mercado. Se legalizaron varios empleos privados de pequeña escala. Se autorizó que los cubanos usaran dólares. Se alentó a que los exiliados enviaran dinero a sus parientes en la isla. Fue posible que los productores agrícolas vendieran sus cultivos directamente a los consumidores. Se estimuló a que la gente viajara como turista desde el extranjero.
En paralelo a las reformas económicas, hubo una apertura social, aunque limitada y desigual.
Un país que alguna vez estuvo vedado a los fanáticos del rock erigió una estatua de John Lennon y condenó el hostigamiento a los gays, con lo que ganó eventualmente elogios por sus actitudes más tolerantes. Incluso, Castro se disculpó por su intolerancia del pasado a los homosexuales. Fue una de las pocas ocasiones en las que reconoció un error personal.
El ateísmo de la era soviética quedó a un lado, y el papa Juan Pablo II visitó la isla. Se levantó la prohibición a la imagen de Santa Claus y a los árboles de Navidad, lo mismo que a las manifestaciones de la santería, de influencia africana.
Castro, quien llegó a estudiar con los jesuitas, comenzó a pronunciar discursos en los que hablaba de Jesucristo como un revolucionario.
Aparecieron pequeños restaurantes privados en las salas y traspatios de algunas viviendas. Se abrieron en las aceras puestos comerciales que ofrecían cortes de cabello, emparedados o reparación de relojes.
La inversión extranjera ayudó a impulsar la producción de petróleo y níquel. Castro encontró además un nuevo benefactor en Chávez, quien compartió parte de la vasta riqueza petrolera de Venezuela en la forma de generosos acuerdos que apoyaron la economía cubana.
Pero en cuanto la crisis se mitigó, Castro condenó la desigualdad que, a su juicio, había comenzado a generarse incluso por una forma tan limitada de capitalismo. El gobierno comenzó a tomar una tajada más grande de las remesas. Muchos negocios privados fueron gravados o regulados hasta su extinción. Años después, economistas e incluso el hermano de Castro consideraron un error crítico ese cambio de postura.
Después de que Raúl impulsó reformas más drásticas en 2010, Fidel elogió esos esfuerzos pese a su aversión previa hacia el libre mercado. Dijo incluso a un periodista estadounidense que “el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”. Después, aseguró que se había malinterpretado esa declaración.
En 2006, un padecimiento gastrointestinal grave casi le costó la vida a Castro, quien debió ceder el poder a Raúl. Sin embargo, la presencia de Fidel siguió siendo relevante. Firmó cientos de artículos, reproducidos por todos los diarios cubanos y leídos de manera íntegra en los noticiarios nocturnos.
Pero durante cuatro años, no se vio en público al convaleciente Castro. Ello cambió en 2010, cuando hizo una serie de apariciones e incluso pronunció discursos, visiblemente fortalecido.
Volvió a alejarse de la mirada pública, tras lucir frágil en un congreso del Partido Comunista, realizado en abril de 2011. Renunció entonces de manera formal a su último puesto oficial, como líder del partido.
Entrevistado en aquel año por la televisión venezolana, Castro se burló de los rumores que apuntaban a que sufría una enfermedad grave o estaba desahuciado.
Fidel Castro llegó al poder en momentos en que las colonias europeas en África y Asia lograban su independencia. La guerra de Vietnam comenzaba apenas, y buena parte de América Latina era regida por dictadores.
Castro eligió el bando perdedor en la Guerra Fría y, para cuando llegaba el ocaso de su presencia en el poder, las raíces democráticas en la región se habían extendido tanto que Cuba era el único rincón de América que carecía de al menos algún nivel de gobierno multipartidista.
Pero Castro sobrevivió para atestiguar cómo una oleada de gobiernos de izquierda asumiría en el continente. Algunos, como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, le rindieron un homenaje especial.
Asimismo, vivió lo suficiente para ver el momento en que Raúl Castro y Barack Obama alcanzaban un hito en diciembre de 2014, al anunciar en discursos simultáneos por la TV que sus países restablecerían las relaciones diplomáticas rotas hacía más de medio siglo. Castro nunca quiso estatuas de sí mismo ni edificios que llevaran su nombre. Sin embargo, diarios estatales y grandes carteles mostraron con frecuencia la imagen del líder después de que enfermó.
“No existe culto a ninguna personalidad revolucionaria viva”, sentenció el 1 de mayo de 2003. “Los que dirigen son hombres y no dioses”.
Ahora, sus simpatizantes más fervorosos estarán en libertad para erigir esos monumentos. Y con dedicatoria a quienes consideran que debió ser encarcelado, Castro eligió desde hace mucho tiempo su propio epitafio, en su alegato para el juicio posterior al asalto al Cuartel Moncada.
Decenas de sus compañeros habían sido capturados y torturados hasta la muerte. Él mismo enfrentaba la posibilidad de pasar años en prisión.
“Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, dijo a sus jueces.
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