Carta de Jorge Ramos a sus hijos, extracto de su nuevo libro 'STRANGER'.
Mis queridos Nicolás y Paola:
Les tocó tener un papá inmigrante. ¿Qué le vamos a hacer? Yo sé que esto ha marcado sus vidas y la mía. Pero creo que ha sido bueno para todos. ¿No creen?
Sé que ya está en desuso. Pero he vivido, completito, el “sueño americano”. Llegué con muy poco y ahora tengo más. Vine huyendo de la censura y aquí he disfrutado de total libertad de prensa. Y, lo más importante, ustedes dos han tenido muchas más oportunidades que las que yo tuve. No tengo de qué quejarme. Hemos recibido mucho más de lo que me jamás imaginé. ¿Cómo no estar eternamente agradecido con este país?
A pesar de todo, les tengo que confesar que el miedo no se pierde.
El miedo a perderlo todo, de nuevo. A ser obligado a regresar y empezar de cero. A no tener la edad para reinventarme una vez más. En ocasiones me descubro –como cuando era un niño en México– guardando lo que tengo para el instante en que sea realmente necesario, para la huida, para una emergencia, o para cualquier cosa más importante que el presente. Aprendí a vivir con muy poco –unos dirían que con una simplicidad casi japonesa– y me sigue angustiando la incertidumbre de lo que pueda ocurrir mañana.
No creo en la suerte, ni en santos o cielos. Y es difícil dejar de pensar así cuando la formulita te ha funcionado tan bien. Solo me he entrenado para estar preparado en el preciso momento en que llegue la oportunidad. Así lo hice yo.
Ahora les toca a ustedes. Y lo harán a su manera, no a la mía.
Pero como hijos de un inmigrante muy agradecido solo quisiera que pelearan, en la medida de sus posibilidades, para que otros extranjeros –los que llegaron después de mí– tengan las mismas oportunidades que ustedes y yo tuvimos. Más que karma o una cuestión ética, se trata de regresar un poquito de lo que recibimos. No hay nada más triste y desagradable que los que se olvidan de donde vienen y le dan la espalda a los que vienen detrás.
Si se fijan, utilicé la palabra pelear.
No va a ser fácil. A pesar de que las tendencias demográficas indican, sin temor a equivocarnos, que Estados Unidos va a ser un país conformado por minorías, hay mucha gente que se sigue resistiendo. La pureza no existe y nunca es deseable como objetivo de una nación. Muchas masacres se han realizado con ese absurda objetivo.
El gran reto de este país será el manejar con inteligencia la pluralidad ante el peligro del racismo y la intolerancia. En un país donde ningún grupo será mayoría es preciso asegurarse que nadie pueda imponerse por la fuerza sobre los otros.
Pero no están solos.
El camino está perfectamente marcado desde la Declaración de Independencia; todas las mujeres y los hombres fuimos creados iguales. El desafío está en seguir aceptando a los que vienen de fuera, a los que huyen, a los que buscan un destino mejor, a los que se ven y oyen distintos… como su papá. Del resultado depende el futuro del experimento americano.
Déjenme decirles algo. Confío mucho más en ustedes y en su generación que en los gobernantes que piden muros y cárcel para los inmigrantes. Qué rápido se han olvidado que ellos, o sus padres, o sus abuelos llegaron de otro lugar. Ustedes no se olviden, por favor.
Hace poco encontré una cita maravillosa para acompañarnos en este complicado trayecto. John F. Kennedy escribe: “Nuestra política migratoria debe ser generosa. Debe ser justa; debe ser flexible. Y con esa política podemos ver al mundo, y a nuestro propio pasado, con manos limpias y con la consciencia tranquila”.
En este párrafo están todas las indicaciones de la manera en que debemos tratar a los inmigrantes en Estados Unidos: con generosidad, de todos los países y religiones, no solo a los ricos sino también a los más vulnerables, y ofreciéndoles los mismos derechos que disfrutamos. Eso se llama, en esta época, reforma migratoria con camino a la ciudadanía. Y la idea no es Demócrata o Republicana. Es Americana.
Ese es el camino.
Quisiera decirles que todo va a estar bien, que les espera un futuro plural y tolerante, que los racistas de este mundo no van a ganar. Ojalá. Pero lo que sí les puedo decir es que las cosas van a estar bien –o mejor– si ustedes pelean por ellas.
Más de una vez ustedes me han visto pelear en televisión con aquellos que maltratan o critican a los inmigrantes. Es tan injusto atacar a los que no se pueden defender públicamente. Por eso, creo, parte de mi trabajo es darle voz a los invisibles. Y me temo que muchas veces les tocará a ustedes hacer lo mismo.
Este es mi consejo: desobedezcan.
Cuando estén frente a alguien que es racista, desobedezcan.
Cuando los quieran discriminar, desobedezcan.
Cuando les pidan algo que no es justo, desobedezcan.
Cuando no puedan defender en público lo que les piden en privado, desobedezcan.
Cuando les exijan lealtad más que honestidad, desobedezcan.
Cuando hay que cambiar las cosas y no existe otro camino, desobedezcan.
Sin violencia, pero desobedezcan.
Los revolucionarios estadounidenses desobedecieron a los ingleses. Rosa Park desobedeció las leyes segregacionistas del país. Cesar Chávez desobedeció a los dueños de las tierras en California. Y los Dreamers desobedecieron a todos, incluso a sus padres, hasta que el presidente Obama les concedió una protección migratoria.
Todos los grandes cambios –esos por los que vale la pena luchar y arriesgar la vida– comienzan con un “no”. “No” es la palabra más poderosa en cualquier lenguaje.
Esa es la virtud de la desobediencia.
Usenla con cuidado. Los desobedientes no siempre ganan y suelen pagar un precio muy alto por su atrevimiento. Pero al menos tienen la tranquilidad de saber que hicieron lo correcto y que, en el mejor de los casos, están parados del lado correcto de la historia. Eso sí, los desobedientes duermen mejor. Estados Unidos le debe mucho a la desobediencia de sus inmigrantes, de sus rebeldes, de sus científicos y artistas.
Juntos, Paola y Nicolás, hemos ido descubriendo este país.
Ustedes me amarraron a esta tierra. De hecho, aprendí inglés y me fui integrando a este país al mismo tiempo que ustedes. Jamás me lo hubiera imaginado cuando decidí lanzarme a esta aventura americana hace 35 años.
Esto me recuerda una entrevista que tuve con el catalán, Joan Manuel Serrat, uno de mis cantantes favoritos y cuyas canciones –particularmente esa de que ‘se hace camino al andar’– inspiraron mi trayecto al norte. Serrat, un incansable viajero, tuvo que vivir exiliado en México durante la dictadura de Francisco Franco en España.
Me dijo Serrat: “Es maravilloso no saber cómo van a salir las cosas. Yo he tenido la sensación siempre de que ningún camino era obligatorio. Es decir, que el camino siempre lo podía dejar y retomar otro; podía hacer otras cosas, podía brincar a otro lugar. Yo lo he podido recorrer como he querido recorrerlo. Y me gustaría que el resto de la especie humana también tuviera esa posibilidad de poder hacerlo así, en libertad”.
Yo también he podido recorrer la mayor parte de mi camino en libertad. Pero, al igual que Serrat, no sabía cómo iban a salir las cosas. Cuando dejé México todo era incierto. Hoy sé que ustedes, sin la menor duda, han sido lo mejor de mi vida.
¿Saben qué, Nicolás y Paola? No pude haber tenido mejores compañeros de vida y de país. Por ustedes –solo por ustedes– ya todo valió la pena.
Los quiero tanto.
Papá.
- Extracto del libro “Stranger” del periodista mexicano Jorge Ramos.
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