800 años antes de que en Europa entendieran de astronomía, nuestros antepasados pronosticaban complejos fenómenos espaciales.
Por: Omar Porcayo
Este lunes las miradas de todo el país estarán atentas al fabuloso eclipse solar que atravesará la nación de costa a costa, el primero de sus características desde 1918.
La NASA, los centros de investigación y las principales universidades del país, han dispuesto de todos sus recursos humanos y tecnológicos para pronosticar y estudiar el fenómeno que dejará en penumbras varios territorios del centro del país durante su recorrido, desde Oregon hasta Carolina del Sur. Modernos telescopios, espectros y computadoras, estarán al servicio de los científicos para observar este regalo de la naturaleza.
Este despliegue de tecnología no hace más que ponderar la capacidad de las civilizaciones precolombinas, para manejar con asombrosa destreza el estudio y predicción de los fenómenos astronómicos en la bóveda celeste, hace miles de años.
La civilización maya que floreció entre el año 2000 a.C. y comenzó su ocaso en el 900 d. C., basó su sistema religioso, político y agrónomo, en el desarrollo de la astronomía. La pirámide de Chichen Itzá, también conocida como El Castillo, por ejemplo, construida alrededor del siglo VI, es un marcador astronómico construido milimétricamente para alinearse con los solsticios, señalando así importantes eventos religiosos y sociales.
Diversos estudios han documentado que la concepción teológica de los astros, detonó en los mayas la observación permanente, casi obsesiva, de los movimientos estelares, así como su cálculo matemático, en especial de los eclipses.
“La brillantez y regularidad del Sol era un reflejo de un orden cósmico estable y continuo; los eclipses, al opacar al astro rey, rompían con este orden y regularidad, por lo que eran considerados un mal augurio sobre el mundo”, señaló Jesús Galindo Trejo, miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, en su publicación titulada “La astronomía prehispánica en México“, que apareció en 2009 en la revista Ciencia.
Galindo Trejo recordó que el mejor testimonio de la familiaridad de los mayas con los eclipses quedó registrado en el Códice Dresden, que data del siglo X. Ahí existe una tabla detallada que predice estos fenómenos muchos siglos después de la extinción de su civilización e incluso en territorios fuera de su zona de influencia.
“Entender cuándo sucedería un eclipse se convirtió en tema de profundo análisis para los sacerdotes-astrónomos mayas”, estableció el investigador.
“Son datos reales, verdaderos”, dijo Harvey Bricker, autor del libro “Astronomía en los Códices Mayas”, ganador del premio literario Osterbrock en 2013.
La obra constató que los mayas fueron tan lejos en el desarrollo de sus cálculos que habían pronosticado el eclipse del 11 de julio de 1991, que oscureció los cielos de todo México.
Si bien la aproximación de las culturas mesoamericanas al estudio de la astronomía tenía una fuerte carga religiosa, así como su interpretación, había que desarrollar conceptos matemáticos y físicos muy complejos para la elaboración de esos calendarios que aún hoy son vigentes.
Para tener una perspectiva clara de los adelantos mayas respecto a la civilización anglosajona, basta recordar que Edmund Halley comprendió cerca de 1718 la física estelar, para poder calcular la trayectoria de un cometa y su reaparición en el firmamento observable desde la Tierra, casi 800 años después de que los mesoamericanos sabían con precisión cuántos eclipses sucederían en los próximos siglos.