Un viaje a la época de esplendor de las haciendas en México.
Por: Omar Porcayo
Como salido de la imaginación de Juan Rulfo, en medio del semidesierto del estado de Guanajuato, México, emerge Mineral de Pozos, un pueblo fantasma donde el sórdido silencio se mezcla con los susurros de la historia, en una región que vivió sus últimos días de esplendor durante el porfiriato.
Donde hoy solo hay ruinas que reposan sobre interminables túneles de minas, existió una ciudad que rebozaba en riquezas por los minerales que las compañías extranjeras explotaban durante la época de la colonia y los albores del México independiente.
Palmar de Vega, San Juan de los Pozos o Mineral de Pozos, la ciudad ha cambiado de nombre tanto como su población, pues según los historiadores fue abandonada en dos ocasiones bajo circunstancias tan enigmáticas como lo son ahora sus atardeceres.
Su estatus también cambió de ciudad a pueblo fantasma y desde 2012 a Pueblo Mágico.
De sus profundidades compañías francesas, españolas e italianas extrajeron cantidades ignominiosas de oro y plata. Fue tal la voracidad que despertó entre los hacendados la generosidad de su naturaleza, que fragmentaron el manto acuífero con la profundidad de sus excavaciones, provocando una terrible inundación subterránea que mató a miles de mineros a principios del siglo XX. La tragedia fue motivo más que suficiente para el segundo y final abandono de la ciudad.
“Nunca se sabrá cuánta gente murió, considera que el 70 % de la ciudad en ese entonces se dedicaba a la minería, mujeres y niños incluidos… fue la avaricia lo que terminó con todo”, contó a Barrio, Enrique, un cronista local cuya familia es una de las pocas originarias que permaneció en la localidad.
Mineral de Pozos es uno de los testimonios más crudos de la explotación de recursos naturales de la que fue objeto México durante los siglos de dominio español. En las haciendas de las que hoy solo quedan algunos arcos, eran sometidos a trabajos extenuantes los mineros que prácticamente recibían una sentencia de muerte al trabajar en esas condiciones.
“No vivían más de 10 años. Entraban por ahí de los 15 o 16 años, pero los gases que provoca la fundición de elementos como el mercurio los acababan pronto. El minero estaba endeudado con el patrón porque solo podía comprar en la tienda de raya y cuando moría, la deuda pasaba a la familia, seguramente a uno de los hijos que debía seguir los pasos del padre, con el mismo destino”, explicó el historiador.
En el aire místico que se respira entre las construcciones abandonadas y las casas derruidas, corren leyendas sobrenaturales que los pobladores reafirman con convencimiento.
“Aquí se aparecen muchas personas, hay una gran carga de energía en este pueblo, hubo miles de muertes trágicas, especialmente en las compañías mineras. De noche te puedes encontrar niños que no pueden descansar”, relató Guillermo, un empleado del casco de una exhacienda conocida como Presidio.
El centro de Mineral de Pozos ha recobrado vida en los últimos años impulsado por el turismo, pero no pierde ese halo único de un lugar con cinco siglos de historia encima.
En México hay otros pueblos fantasma igual de inquietantes que Mineral de Pozos. Real de Catorce y Cerro de San Pedro en San Luis Potosí; Ojuela en Durango; Guerrero Viejo en Tamaulipas y San Juan Parangaricutiro en Michoacán, por recordar los más famosos.
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