Un paseo por los callejones de la ciudad capital de Oaxaca ofrece el arte urbano que se plasma en paredes y que reclama.
Texto y fotos: Oso Oseguera
Oaxaca es mágica, está limpia y conectada. Tiene playas, zonas arqueológicas, bellezas naturales, naturaleza salvaje, una ciudad capital hermosa, colonial, moderna, con cantera verde, loza roja y con la tendencia moderna del grafiti.
Hace 470 años, Hernán Cortés, el conquistador español de México, llegó al valle y lo conquistó, pero no pudo ingresar a la ciudad.
Caminar por el Centro, un lugar en ebullición: jóvenes, adultos mayores y niños pueblan el jardín. Cerca está La Casa del Mezcal, la bebida típica del estado.
“La ciudad era un moridero de sueños
materia nebulosa y rutilante
cardumen de peces ciegos nadando en círculos
hasta desfallecer.
Junto a mí yacían las ideas más sublimes
un hombre solitario desafiaba a las bestias
los árboles desnudos abrazaban a las aves y sus nidos
y el miedo prófugo profano antropófago pagano
nos encontraba siempre
a la vuelta de la esquina”.
Alonso Aguilar Orihuela, poeta oaxaqueño.
El color rojo sandía de Rufino Tamayo, un oaxaqueño excelso; el verde de sus valles, que pintó con amor José María Velasco; y el azul reinterpretado por los artistas urbanos, locales y contemporáneos distinguen a la ciudad.
La catrina de Guadalupe Posada o los alebrijes tan oaxaqueños son guardianes de restaurantes, casas o tendajones. De una raíz de copal puede hacerse un esperpéntico ser guardián.
“…por eso uno no se mueve,
se mete uno en mujer
se mata
y se mete uno en mujer,
pero no se mueve.
Uno está solo y de barranco pieza
sobre pieza
amortiguando en músculo, lástima
por el nosotros,
ya ves
la concurrencia que somos”.
Efraín Velasco Sosa, poeta oaxaqueño.
Y todo vuelve al origen, los oaxaqueños le rinden culto a su cultura, a su génesis y lo plasman en las calles de su ciudad, en ese azul cobalto también de Tamayo.