Desde hace 600 años, los mexicanos danzan en el aire para rendirles un tributo a los dioses.
México es un país de tierra fértil donde no solamente crecen las plantas, también está lleno de semillas culturales que se han ido alimentando con las creencias de las personas hasta dar hermosas tradiciones que florecen cada vez más. Y una de las más famosas es la de los hombres-pájaro, también conocidos como “Los voladores de Papantla”.
Cuenta la leyenda de que hace muchos años una fuerte sequía hizo padecer a los indígenas de la sierra Totonacapan, en el estado mexicano de Veracruz, quienes creyeron que seguramente alguien había ofendido a los dioses y ahora necesitaban hacer algo para pedirles perdón y que les volvieran a dar un poco de lluvia.
La solución para ellos fue reunir a un grupo de hombres vírgenes, fuertes y puros que se fueron al cerro a buscar el árbol más grande y fuerte. Después los viejos sabios crearon un ritual que imaginaron les agradaría a los dioses, y así nacieron los hombres voladores, un grupo de jóvenes que tratan de imitar la apariencia y el sonido de las aves para comunicarse con las deidades místicas.
El ritual consiste en que cuatro hombres se suben a un tronco alto amarrados de los tobillos con un mecate, y uno más que es el sacerdote —también llamado el quinto elemento— se monta en la punta del mástil con instrumentos musicales tradicionales.
Mientras el sacerdote va tocando música sus compañeros se lanzan al vacío y van girando alrededor del soporte, hasta llegar al piso. Cada uno de ellos gira 14 veces alrededor del tronco, y si sumamos las vueltas de todos tendremos 52 círculos, que representan el calendario maya compuesto por 52 años con 52 semanas.
Cuando los españoles llegaron a México creían que esto era solo un juego, uno para valientes, claro, porque los hombres usaban plumas de ave y grandes penachos para vestirse. Y como muchas otras de las tradiciones, también las fueron modificando.
Por suerte, en el caso de los voladores de Papantla lo único que tuvo un cambio significativo fue su vestuario, pues ahora utilizan solo un sombrero puntiagudo decorado con listones y objetos coloridos, para imitar la cresta de las aves; una camisa blanca, pantalones rojos, y una faja cruzada con bordados de flores. Pero su significado sigue manteniéndose intacto.
“Para nosotros esto no es un acto turístico, no es un acto circense, para nosotros esto es una herencia cultural y una parte espiritual, [para agradecer al sol y pedir su ayuda]”, aseguró Víctor García a Great Big Historias.
Y es que aunque ahora se acostumbra hacer demostraciones de los voladores en algunos sitios turísticos como el Tajín y la zona veracruzana, ellos aseguran que siguen tratando su tradición con respeto, como un diálogo con el sol. E incluso tienen escuelas de tradición en la que los niños aprenden desde chiquitos a honrar a los dioses con su vuelo.
La historia y los saltos de los hombres-pájaro de México son tan asombrosas que fueron nombrados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.