No en cuerpo y alma, sino en urna y restos, pero el "Divo de Juárez" regresó para que le cantaran.
Por: Oso Oseguera
Las primeras coronas fúnebres llegaron al Palacio de Bellas Artes el domingo temprano. Eran las 7 de la mañana y ya estaban ahí. Cinco personas provenientes de Amajac, Hidalgo, se instalaron en la entrada del lugar junto con una corona grande y dos pequeñas, veladoras, fotografías, y con todo ello improvisaron un altar a Juan Gabriel.
El lunes, la Alameda lucía con vallas metálicas, 1,200 policías, pantallas gigantes en varios puntos y gente que deambulaba.
Cerca de las tres de la tarde, para cuando se anunció que llegarían los restos de Juan Gabriel, llegaban olas y olas de gente a la Alameda. Otros salían de la estación de Metro Bellas Artes, eran escupidos a la Alameda y de ahí eran increpados por los policías a moverse cuanto antes para evitar aglomeraciones.
Algunos fanáticos se mantenían enterados del trayecto de la urna, mientras escuchaban lo que decían los noticieros, vía sus teléfonos celulares. “Con esta hambre que me cargo… y esta gente que no deja pasar”, dijo una rubia que intentaba abrirse paso por la banqueta.
Los que no escuchaban noticias, sobresaltaban a los demás con falsos anuncios: “Ahí viene… es una camioneta… no, son dos… ahí viene, ahí viene”, pero no llegaba. Y echaban un porra o hasta dos.
La esquina de Eje Central y Avenida Hidalgo comenzó a llenarse. Niños, jóvenes, adultos, adultos mayores… había de todas las edades. Los vendedores ambulantes –ahora sí– ofrecían “memorias USB con la música de Juan Gabriel, a 20 pesos”, banderines de 10 pesos, un paquete que incluía rosa, foto y vasito tequilero por 30 pesos.
Y mientras llegaba la carroza fúnebre la gente se divertía cantando, echando porras, vacilando con las cámaras de televisión. Otros vendedores voceaban “la selfie, lleve la selfie” y traían en la mano un “sticky para hacer la selfie”.
Un chico parado en los hombros de su pareja hombre, con sombrero, camiseta pegada y ademanes pronunciadamente femeninos cantaba, coreaba e invitaba a la gente a animarse.
El día nublado rompió la tregua y cayeron las primeras gotas. Aparecieron los ambulantes con el grito de “capas, capas, lleve la capa de a 10, prevenga mojarse y lleva la capa”. La venta fue nutrida. Y el paisaje se cubrió de paraguas y gente con capas azules, amarillas, blancas y grises.
Eso no desanimó a la concurrencia, que no cesaban de cantar, de echar porras, de animarse unos a otros. “Venga, gente, vamos a cantar, que esta va al Facebook y al YouTube”, los invitaba otro entusiasta seguidor.
Y cuando por fin aparecieron las camionetas que escoltaban a la carroza fúnebre y el helicóptero que venía siguiéndolas en vuelo bajo, la gente intensificó sus gritos, sus cantos, sus ganas de despedir al ídolo. “Se ve, se siente, Juan Gabriel está presente”, fue la porra de este lado del Palacio de Bellas Artes.
Ingresó la urna al Palacio y la gente sintió que había cumplido su propósito. No querían hacer la fila para ingresar, pues era muy larga. Iba desde un costado del inmueble hasta la otra orilla de la Alameda, con varias vueltas de por medio. “Uno de los que va a entrar primero llegó el domingo a las 11 de la noche”, nos informó un policía.
En la retirada –ordenada– la gente se detenía en las pantallas gigantes que desplegó el gobierno federal y otros se metieron a los kioscos de la Alameda para participar en los karaokes y cantar con el aplauso popular.
La gente guardó sus paraguas, sus capas y su tristeza. Nada nubló su día, tuvieron oportunidad de despedir a su ídolo, le cantaron como él lo hizo muchas veces. Se fueron complacidos. “Se nos murió nuestro Elvis Presley…, pero no está muerto, lo llevamos acá”, dijo una jovencita mientras se llevaba la mano al corazón.
(Fotos: Oso Oseguera)
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