La historia de estas hermanas gemelas muestra a la perfección los lazos tan estrechos que existen entre Estados Unidos y México.
El pasado viernes las selecciones de Estados Unidos y México se enfrentaron en la fase final del Mundial Femenino Sub 20 que se disputa en Papúa Nueva Guinea. El triunfo fue para el equipo de las barras y las estrellas, pero hubo una imagen que quedó para la posteridad: dos hermanas abrazadas después de defender cada una a sus colores.
Mónica y Sabrina Flores son gemelas, tienen 20 años, juegan para la Universidad de Notre Dame, en Indiana y prácticamente habían hecho toda su vida juntas hasta que el fútbol las separó. De padre mexicano y madre estadounidense, las chicas Flores decidieron representar una a cada país, y fue durante la presente Copa Mundial que el destino las puso una enfrente de la otra.
“Es curioso que suceda esto, pero no importa, yo siempre voy a dar todo lo que tengo que dar sin que nada me importe”, dijo al portal de la FIFA Mónica, quien juega para el “Tri”.
Estados Unidos ganó con un gol de último minuto el encuentro y se enfiló a la búsqueda de su cuarto título de la especialidad, sin embargo, para Sabrina había algo más importante antes del festejo: abrazar a su hermana.
La imagen de Sabrina consolando a Mónica que lloraba emocionada la derrota le dio la vuelta al mundo. Los principales sitios deportivos reportaron la imagen destacando el tenso momento político que viven Estados Unidos y México, desde el ascenso de Donald Trump en la política.
De acuerdo con Pew Research Center en los Estados Unidos hay 34.6 millones de personas de origen mexicano. No hay otro país con el que la Unión Americana esté más interrelacionado socialmente.
Además el caso de Mónica no es aislado. Gracias a la desarrollada infraestructura en Estados Unidos para practicar el fútbol femenil, varias futbolistas mexicoamericanas se han integrado a la selección azteca. En la selección Sub 20 que participó en el Mundial también se encontraban María Sánchez, Kiana Palacios, Eva González y Annia Mejía, con doble pasaporte.
Una muestra más de que ninguna política puede separar lo que la hermandad ha unido.
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