Como cada año, millones de peregrinos llegaron a la Basílica de Guadalupe a pedir, a orar, a agradecer y a comprometerse con su patrona. No fallan.
Texto y fotos por: Oso Oseguera
Eran las 20:30 del 11 de diciembre, la gente que ya salía de la Basílica, en la ciudad de México, andaba despacio, rengaba, arrastraba los pies. Otros, de plano, se sentaron en la banqueta, se descalzaron y se daban masajes. Los pies y las piernas dieron su último jalón, los rostros mostraban satisfacción y plenitud, a pesar del cansancio.
Los peregrinos llegan a pie, en camión, en bicicleta, en motocicleta, en carro, corriendo, de rodillas, cargan una virgen de bulto, un cuadro, un escapulario, un rosario, una imagen o de plano van a verla por primera o por 50 años consecutivos, como Natalio Alicante, de 66 años, de Huamantla, Tlaxcala.
“No he fallado… 50 años seguidos… y seguiré viniendo hasta que ella me dé licencia”, dice Natalio, una vez que tuvo que pasar casi tres horas para entrar al atrio, luego al recinto mariano, ver 10 segundos la imagen de su “morenita” y salir de nuevo a la calle.
Suena la tambora, también van con música, cantos, porras, en silencio profundo o en amena charla de chisme. Los peregrinos tienen sus propias maneras de hacer el camino al Tepeyac.
Peregrinos a prueba de todo
Nada los detiene, ni sus hijos que no caminan aún, ni el frío, ni las condiciones para pernoctar, descansar y levantarse a las 23 horas para cantarle las “tradicionales mañanitas a la virgencita”, dice Guadalupe Ramos, joven mujer de Atoyac, Puebla, que durmió en la calle, tapado con cobijas y la esperanza de entonar la melodía.
Los peregrinos van vestidos según su idiosincrasia. Con playeras de sus equipos de futbol americano predilectas, o de fútbol soccer, o con camisetas especialmente estampadas para la visita.
En el camellón de la avenida Calzada de Guadalupe hay un sendero especial para los peregrinos que llegan de rodillas. Está en un tramo hecho de concreto, que lo hace suave y sin bordes y ya casi para llegar a la Basílica es de mármol.
La venta de indulgencias
En las inmediaciones del centro mariano la vendimia florece. Los vendedores de rosarios (10 pesos), medallas (dos por 10 pesos), vírgenes de bulto (van desde 30 hasta 200 pesos, según tamaño), cuadros (50 pesos), flores (media docena de rosas 40 pesos) pregonan sus productos. Hay vendedores que aprovechan la alta participación de niños y llevan juguetes: changuito (10 pesos), carritos (10 pesos), flecha que vuela y se enciende en el aire (10 pesos), entre otros.
La organización de las autoridades es más que buena. Hay policías por doquier, agencias móviles del Ministerio Público, pequeños templetes y gente con altavoces para anunciar a las personas extraviadas o dar instrucciones a los peregrinos. Así, en el trayecto al ayate donde está la efigie de la Virgen de Guadalupe el sonido local anuncia que se busca a alguien, o que la policía debe acercarse a las vallas, o que los peregrinos deben esperar en los altos que les indican la autoridad para dejar que los que están dentro de la Basílica puedan desalojar y les den espacio a ellos. Todo fluye en orden.
En el atrio se reduce el espacio vital, vamos codo a codo, cuidamos a los peregrinos que vienen de rodillas o cargando un gran bulto. Los padres ponen más atención a sus hijos, estos lloran, se sienten hambrientos, amenazados o hartos del viaje.
Entramos a la Basílica y dejamos el frío atrás, el calor humano y sus sopores se mezclan. La gente se abanica con lo que tenga a mano. El padre que lleva los rezos anuncia a los diferentes grupos que acudieron a cantarle esta ocasión a la Virgen. Estas bandas tocan dos o tres canciones y les sigue otro. El cura identifica el nombre del grupo, su origen y las canciones que interpretará.
Adentro del recinto también hay cuerpos de seguridad, pero de rescate. No hay policías. Los celulares relucen para tomarle de lejos la foto al ayate, que está custodiado por una bandera mexicana enorme.
El orden es impresionante, la gente se persigna, canta, reza, camina. Nadie se empuja, nadie se queja -salvo algunos chiquillos-. La gente de seguridad señala en voz apenas audible, pero firme que no dejemos de avanzar.
Y finalmente estamos de bajo del ayate. Nadie se puede detener mucho tiempo ahí porque se han dispuesto bandas de rodamiento (como las de los aeropuertos) para que fluyan los peregrinos. Son bandas cortas, de 10 metros a lo sumo, la gente vuelve a sacar sus teléfonos, ven con asombro la imagen, no saben si persignarse o rezar o tomar fotos. Apenas estuvimos 10 segundos frente a la reliquia religiosa y hay que abandonar la Basílica.
Afuera, la gente vuelve a casa, con el rostro satisfecho y el cuerpo hecho pedazos. Unos caminaron más que otros, pero todos están contentos y satisfechos de cumplir por primera o decenas de veces el ritual de visitar a su “morenita”.
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