Las mentes más brillantes de México buscan salvar vidas.
Por: Omar Porcayo
El mes de septiembre fue un amargo recordatorio de que México se encuentra enclavado en una de las zonas sísmicas con más actividad en el mundo. No solo son las placas tectónicas de Cocos y Norteamericana, también es la brecha de Guerrero y otras regiones, en las que se generan cotidianamente movimientos aleatorios y sin un patrón, que representan un reto para los científicos y un riesgo para la población.
Es por eso que a partir de noviembre, un equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México, en conjunto con científicos japoneses, comenzarán a monitorear con avanzados sensores sísmicos subacuáticos la actividad en la Brecha de Guerrero.
La red implementada en la conflictiva zona del Pacífico mexicano, rastreará la deformación del suelo marino y los llamados sismos silenciosos que generan terremotos y tsunamis de alto impacto para el país.
“Queremos tener un mejor entendimiento y avanzar más rápido con nuestra investigación”, dijo a The New York Times, Josué Tago, sismólogo, miembro del equipo que trabaja en la red. “La investigación que hacemos puede ayudar a salvar vidas, y ese es un tipo diferente de motivación”.
En septiembre México vivió el terremoto más fuerte en un siglo, con magnitud de 8.2 en la zona del estado de Chiapas, y otro que cobró cientos de vidas en la Ciudad de México, generado en Morelos. Es esa complejidad y variedad de epicentros, la que genera uno de los mayores desafíos para la comunidad científica.
“La gente se agita cuando los sismos ocurren cerca o en una brecha, pero por supuesto que también pueden generarse en cualquier otro lado”, agregó al rotativo neoyorquino el profesor de Geofísica de la Universidad de California, David Jackson, que también toma parte en el proyecto.
Aunque la Brecha de Guerrero no es el único lugar donde se pueden generar sismos, sí es uno de los potenciales epicentros más preocupantes, pues se encuentra a solo 322 kilómetros de la capital del país, donde viven más de 20 millones de personas.
A toda la complejidad científica del plan, se suman los recursos económicos, insuficientes para cubrir las necesidades de todas las zonas de riesgo, sin embargo se trata de un primer paso importante en la búsqueda de salvar vidas.
“Aunque ni nosotros, ni nadie más en el mundo, puede saber cuándo ocurrirá un sismo… podemos generar conocimientos que reduzcan el riesgo”, confiaron los científicos.
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