Este día conmemoramos un aniversario más de su fallecimiento
Zaragoza nació el 24 de marzo de 1829 en Bahía del Espíritu Santo, en el estado de Coahuila y Texas, México (hoy es conocido como Goliat, Texas, en Estados Unidos) y murió un 8 de septiembre de 1862
Fue un militar mexicano, mayormente conocido por ser el héroe de la Batalla de Puebla, la cual tuvo lugar el 5 de mayo de 1862, cuando el ejército mexicano derrotó al ejército francés de élite al mando de Charles Ferdinand Latrille (Conde de Lorencez).
Desde aquella fecha, Zaragoza no había tenido un tiempo de reposo. Recorría incansable las posiciones de sus tropas y cada uno de los campamentos donde se atendía a los heridos.
Cuando se dirigía a Acatzingo, sufrió un fuerte dolor de cabeza y alta temperatura, lo cual no le preocupó en lo más mínimo, atribuyendo dicha molestia al agua de lluvia que a lo largo de su traslado lo había estado empapando.
Lejos de recuperarse, la salud del general Zaragoza se deterioró aún más. Su secretario y jefe del Estado Mayor, sospechaba que había contraído tifo, por ello decidieron llevarlo a Puebla.
El día 7 de septiembre, el dolor y el mal que lo tenía postrado en cama aumentó. El doctor que lo examinaba declaró que no había nada que se pudiera hacer para salvarlo. La habitación del héroe del Cinco de Mayo se llenó de silencio, además de jefes, oficiales y amigos del moribundo que deseaban acompañarlo en sus últimas horas.
El 8 de septiembre, al amanecer, Zaragoza despertó confundido y en su mente se creyó prisionero del ejército francés.
Cuando sus ojos miraron a su alrededor, observando a todos los conocidos dentro de su habitación, preguntó: “¿Pues qué, también tienen prisionero a mi Estado Mayor? Pobres muchachos… ¿Por qué no los dejan libres?”. Casi enseguida, exhaló su último aliento.
Al entonces ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación, Juan Antonio de la Fuente, le asignaron la tarea de notificar el deceso del general a los gobernadores de los estados de la República. Había luto en todo el país.
El ataúd del general se hallaba depositado en un carro fúnebre que en uno de sus costados llevaba una manta en la que se leía “Cinco de Mayo”. Detrás del carro, venían los dolientes a pie, el primero el presidente de la República acompañado por sus ministros; tras ellos, numerosos carruajes, todos ellos vacíos en señal de respeto. La procesión funeraria se extendía a lo largo de muchas cuadras.
El Panteón de San Fernando (ubicado en la hoy conocida colonia Guerrero) fue el primer panteón de hombres ilustres que hubo en toda la ciudad de México. Aquí, el cadáver del general fue inhumado.
Francisco Zarco, destacado político, periodista, historiador mexicano, miembro del Congreso Constituyente de 1856 y escritor liberal de la Reforma, resumía el sentimiento de la mayoría de los mexicanos: “Inmensa, dolorosísima, tal vez irreparable es la pérdida que acaba de sufrir la República. Zaragoza era su gloria, su tesoro, y era también su esperanza”.
Zarco profetizó “Su nombre no perecerá jamás, será transmitido a las más remotas generaciones, y figurará al lado de los de Hidalgo y de los padres de nuestra independencia”.
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