Eduardo García fue deportado dos veces de Estados Unidos, ya no puede volver, y aunque extraña a su familia, aporta su 'granito de sal' en México.
Por: Oso Oseguera
Eduardo García vino y volvió dos veces a Estados Unidos. Aprendió el oficio de la cocina y ahora es un prestigioso chef en México. Atiende y cocina en Máximo Bistro, una restaurante en la Ciudad de México.
Eduardo lleva 24 años cocinando. Cuando era niño, su familia y él migraron a Estados Unidos. Piscaban fruta y verdura. No tiene educación formal. Sabe leer y escribir sólo porque sus hermanas le enseñaron. A los 14 años se quedó a vivir en Atlanta y se metió a lavar platos, por necesidad, porque desde niño era parte de la economía que sostenía a la familia.
Seis meses después de que ingresó a trabajar en ese restaurante, un cocinero no llegó. Entonces le dieron la oportunidad de hacer ensaladas y cosas frías. “Todavía no me importaba si ese era mi futuro, solo quería para pagar la renta y comer. Al año, un amigo, que también trabajaba en otro restaurante de carnicero, me dijo, ‘Eres muy bueno, tienes que salirte de aquí. Aquí estás muy bien, pero vas a aprender más en Le Bernardin (Atlanta), donde yo estoy’”, le contó a Timeout.
Hizo la estancia en Le Bernardin y luego decidió ir a México para trabajar con el reconocido chef Enrique Olvera, previo a abrir su aclamado local Máximo Bistrot en la colonia Roma.
El éxito fue inmediato y esto cautivó no sólo los paladares sino los ojos de inversionistas, quienes se asociaron con él para abrir un restaurante mexicano para 100 personas en el corazón de Londres.
Las manos del chef Eduardo García se mueven incesantemente. “El mismo reconoce que este ritmo cansa y que por ello cada vez que puede se escapa, aunque sea unas horas, a Ensenada o Oaxaca, dos de los lugares que más le gustan, a contemplar, a despresurizarse, a estar listo, para seguir creando”, le dijo a Animal Gourmet.
Eduardo García es ocurrente y sencillo. A The New York Times le dijo -y sin pena- “soy un delincuente condenado en Estados Unidos; me deportaron dos veces, en el 2000 y en 2007. Mi familia todavía vive allá y amo el país —me dio todo lo que tengo— pero tengo prohibido volver de ahora en adelante”.
En su familia todos son trabajadores migrantes y él crecío en los campos. “Empecé a los cinco, nunca fui a la escuela. Mis padres eran analfabetas y yo también lo soy. Puedo leer y escribir un poco, pero tengo pésima ortografía”, reconoce.
Eduardo García, con esa sencillez a cuestas, define su cocina como personal. No etiqueta nada. “Que la gente tenga la opinión que quiera, yo la respetaré. Hago la cocina que me gusta”, le dijo a la revista Hoja Santa.
Eduardo no tiene prejuicios, tampoco su cocina. Sabe lo que le gusta a él y cree que también le agradará a la gente. Y antes los tiempos difíciles para su familia que está acá en Estados Unidos, él prefiere abrir empleos en México para aportar su granito “de sal”.
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