Aunque llegó por accidente, pero no geológico, Diego Melgar es uno de los sismólogos con mejores credenciales en su área. Es mexicano y es en extremo humilde.
Por: Oso Oseguera
El gusto por los sismos es adquirido. Diego Melgar, sismólogo mexicano de 33 años, interesado en los tsunamis, asegura a Barrio que llegó a su profesión por accidente. “Tropecé con la ingeniería Geofísica, leí el programa de estudios de la UNAM y dije… ‘qué padre’. No imaginé que sería sismólogo o vulcanólogo. Me imaginé trabajando afuera, no en una oficina”.
Y con esa idea, Diego Melgar supo que el trabajo de medio tiempo que tenía haciendo bases de datos y programas de cómputo en México durante horas y horas frente a una pantalla de computadora no era su gusto.
Luego de ver el programa académico se apuntó a Geofísica, la cursó y la grieta sísmica lo atrajo. Pero antes pasó por varios puntos de inflexión —picos y valles, como dicen en su jerga sismológica— para convertirse en un destacado investigador de renombre internacional.
Primero atravesó Veracruz y llegó hasta Oaxaca instalando estaciones sismológicas. Era el proyecto de su profesora en la UNAM y él fue invitado. Y aunque no lo dice —por modestia extrema—, Diego fue seleccionado por su empeño, gusto y capacidades intelectuales. Luego de un año de levantar datos de esas estaciones con esa información hizo su tesis de licenciatura.
A recorrer la montaña
La profesora que lo invitó a “sembrar” estaciones en la sierra veracruzana y oaxaqueña lo recomendó para hacer su doctorado en la Universidad de San Diego, particularmente en el Instituto de Oceanografía Scripps. Y ahí vino un “valle”: “Pasé cinco años estudiando y luego te viene una etapa de crisis existencial, y es que estás ese tiempo clavado en tu mundo y no sabes qué pasa allá afuera”, relata a Barrio.
Justo en esa estancia conoció a Richard Allen, que dirige el Laboratorio Sismológico en Berkeley y quien también es responsable del Sistema de Alerta Temprana. Él lo invitó a trabajar a Berkeley, en el Laboratorio Sismológico. Ahí hizo un año de estancia posdoctoral y al término le ofrecieron trabajo como investigador. Diego Melgar es en extremo humilde, pues Allen detectó en ese joven esa chispa que ya daba centelleantes contribuciones en áreas de investigación como las zonas de ruptura sísmica y el desarrollo de mejoras en los sistemas de alertas para sismos y tsunamis.
De hecho, durante su estancia con Allen en Berkeley, Diego recibió el reconocimiento Edward A. Frieman por la excelencia en su investigación de posgrado y una beca de la NASA.
La beca la obtuvo por la propuesta de alerta de tsunamis. Estuvo dos años dedicado al estudio sobre cómo hacer una alerta de este fenómeno y conjugarlo con nuevas tecnologías para que la gente pudiera estar más preparada ante una eventualidad de este tipo. Aquí otro “pico”. La beca de la NASA es muy competida y participan alumnos de todo Estados Unidos y un panel de científicos discuten los proyectos y otorgan el financiamiento para el proyecto.
Diego cuenta que cuando salió de México al principio le costó un poco de trabajo porque dejó a sus padres y a su hermana. Esta vez se trataba de un “valle sentimental”:
“Al principio fue cansado, porque hay que competir con otros estudiantes que vienen de universidades muy prestigiosas como Harvard, pero tienes que acostumbrarte a un mundo marciano”, dice risueño.
Y de esa fractura con la familia, Diego se abocó al estudio y fue reconocido. Entonces vino otro “pico”. En 2016 recibió el Premio Charles F. Richter por parte de la Seismological Society of America. “Me lo dieron porque trabajé mucho, me divierto mucho haciendo lo que hago y paso tanto tiempo en la oficina que busco también cómo estar fuera de ella”, menciona.
Las grietas de la vida
Sobre el premio, Diego dice lo siguiente: “Es muy significativo porque tiene el nombre del sismológo más famoso jamás conocido… y eso me gusta. Pero me siento humilde al recibir este premio porque todos los científicos a todos los niveles sienten esta cosa que se llama el ‘síndrome del impostor’, esa sensación de que tu trabajo no es suficientemente bueno y en cualquier momento van a descubrir que no eres tan capaz como tú crees y que solo eres un impostor”, cuenta muy divertido.
El temblor de septiembre de 1985 en la Ciudad de México Diego no recuerda nada. “Tenía apenas dos años. Y luego más grande visité la colonia Roma y atestigüé el abandono de muchos edificios. Esos inmuebles habían muerto por el sismo. Me quedó esa imagen, de cómo los edificios matan a la gente, no los sismos”, explica esa primera grieta en su corazón.
La segunda grieta le vino ya cuando estudiaba de lleno los tsunamis. Un año después del gran fenómeno fue a Japón, viajó a la zona y la devastación aún era patente.
“Todavía había gente limpiando cascajo y se ve que faltaban miles de horas para terminar. Caminé por donde habían muerto 15 mil personas, el pueblo —o lo que quedaba de él— era un panteón entero”, cuenta reflexivo. Y así, con ese dato decidió que tenía que generar un impacto en la vida de las personas. Y puso manos a la obra.
Trabajó en la app para la alerta de sismos, y diseñó y es responsable de la alerta de tsunamis. Para ello se ayuda de un GPS especializado que puede dar con un margen de error de un centímetro el origen de un movimiento telúrico, que generará un tsunami y en consecuencia generar la alerta para prevenir a las poblaciones cercanas.
Desde el doctorado, Diego trabaja en este proyecto. “No sé si se va a acabar. Probablemente nunca va a concluir, siempre habrá algo qué hacer y añadir”, dice con entusiasmo de mantener la investigación a cuestas.
Y más allá de los “picos y valles”, Diego Melgar no extraña la comida mexicana. Para mitigar la nostalgia de esos sabores, tiene una solución. “Nada como los frijoles que yo hago, cocino sopes garnachas y en California es fácil obtener la materia prima”, concluye.
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